Entre el sueño de la revolución socialista de Salvador Allende y el infierno represivo sembrado por Augusto Pinochet (1973-1990), los chilenos se rindieron ante lo posible a partir de 1990.
A 35 años del golpe militar, la democracia chilena ha superado en vida los 17 años de la dictadura y apela, al igual que la transición española, a la estabilidad política como ideal supremo. Pero, ¿alcanza con lo posible en el país más desigual de América Latina? Allende, votado el chileno más importante con el 33,28% de las preferencias en el programa televisivo Grandes Chilenos, ¿es un mito o una realidad?.
Cada 11 de septiembre el paisaje de Santiago de Chile se funde en el azul, rojo y blanco de su bandera estrellada. Es el remanente de una ley de la dictadura que aún se cumple tanto en los barrios cuicos (ricos) de la Dehesa o Chicureo como en la popular La Victoria. Unos recuerdan al médico socialista y otros celebran el "pronunciamiento militar".
Chile es una cicatriz abierta tapada con indicadores macroeconómicos. El desafío, tres décadas más tarde, sigue siendo el mismo: justicia social. Pese a la envidia de los países vecinos por la reducción de la pobreza del 44% al 17% en los años de democracia, Chile es el país de América Latina con la mayor brecha entre ricos y pobres. Es el legado de la derecha, que con el pinochetismo como mascarón de proa, vendió a precios viles las empresas públicas, concentró el motor de la riqueza en pocas manos y privatizó la educación y la sanidad.
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