La sociedad patriarcal la hacemos todos y todas; no es algo exterior a nosotros. Las instituciones descansan en los individuos que hemos sido formados para la obediencia a la autoridad y para entender los bienes, la tierra y las personas como posesiones.
Siempre nos han dicho, para disuadirnos de las utopías, que el principio de autoridad y el sentido de la propiedad van unidos a la misma condición humana, y cuando se habla de ello, siempre sale a relucir el ejemplo de los celos, que dicen que salen de dentro, y que prueban que la posesividad es consustancial a la naturaleza humana. Y es cierto que tanto el sentido de la propiedad como el principio de autoridad están arraigados en lo más profundo y básico de nuestra psique y de nuestras emociones, pero porque éstas también son objeto de la educación y de la manipulación de la sociedad patriarcal; de la domesticación que se lleva a término con cada criatura humana.
En esta educación hay dos partes o dos aspectos: la educación emocional propiamente dicha, y la devastación de la vitalidad de la criatura humana que se realiza previamente.
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