El frente cercano estaba relativamente tranquilo, y sin embargo, en los últimos meses habían pasado muchas cosas. El éxtasis revolucionario se había disipado y la euforia de los milicianos por eliminar al fascismo en una rápida victoria, el sueño igualitario de acabar con todo lo que representaba la vieja España, se difuminaba. Se avistaban negros nubarrones sobre el Consejo de Aragón. Desde principios de junio, la suerte del “consejillo de Caspe” estaba echada:
“(…) le he preguntado al Presidente cuándo disuelve ese Consejo, sustituyéndolo por uno o varios gobernadores. Está dispuesto a hacerlo. Y a meterlos en la cárcel, para lo que hay motivo sobrado, en particular de Ascaso. He sabido con asombro que uno de los “consejeros” de Aragón es un sujeto que fue chauffeur mío en Madrid, en 1935. Ahora gobierna en Caspe como sucesor de don Martín el Humano. Los consejeros, con Ascaso, han venido a Valencia para tratar con el Gobierno. Ni el presidente ni los ministros los han recibido. Bien está, pero hay que suprimir el Consejo”[1].
Todo estaba meticulosa y silenciosamente preparado. Tanto es así que la mayoría de los habitantes de la ciudad no supieron absolutamente nada del asunto hasta que se toparon de bruces con ello:
“Tengo una experiencia personal que demuestra la sigilosidad con la que se ocupó Caspe, ya que nadie se dio cuenta de lo que ocurría. Bajábamos unos amigos a los jardines de la estación de FF. CC. Sobre las 10 de la noche y fuimos encañonados por unos soldados que nos conminaron a que nos dirigiéramos a nuestra casa inmediatamente. Nadie se dio cuenta que la ciudad estaba ocupada. Y cercada”[2].
“La entrada de Lister y su Columna en la ciudad del Compromiso revistió todas las características de una ocupación militar. (…) hubo desfile de tanques, cañones, auto ametralladoras [3](…)”.
“La Federación Local de Sindicatos de la CNT fue casi tomada por asalto. El retrato de Buenaventura Durruti, de gran tamaño, que adornaba el despacho en el que me encontraba yo en mi calidad de secretario, fue rasgado de un bayonetazo por un exaltado al propio tiempo que dirigiéndose a mí, lanzaba un exabrupto de que aquel, Durruti, era tan fascista como todos nosotros”[4].
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