MAÑANA. Un relato sobre la revolución postergada
Sólo la revolución que se estaba llevando a cabo en territorio de la República eran capaz de satisfacer las necesidades del pueblo. Esta era la única forma en la que se podía derrotar al fascismo.
Daniel Guerra | Para Kaos en la Red | Hoy a las 0:33 | 327 lecturas
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“¿Habéis organizado ya vuestra colectividad? No esperéis más. ¡Ocupad las tierras! Organizaos de manera que no haya jefes ni parásitos entre vosotros. (...) Si no es así, no vale la pena que la juventud muera en los campos de batalla. Nuestro campo de lucha es la revolución." Buenaventura Durruti
España, Junio de 1938. Son las dos de la madrugada y sin novedad en el puesto de guardia. Desde la trinchera todo parece estar en calma. En el silencio de la noche, la guerra parece un recuerdo lejano, un mal sueño. De repente me asalta un mal presagio, siento que me están observando. Inquieto atisbo, oteo, intento divisar la alambrada, agudizo el oído, nada, sólo el canto de un grillo, oscuridad, sombras, imaginaciones.
Demasiados días de inactividad, tedio y aburrimiento me han crispado los nervios y me sobresalto con facilidad. Últimamente todo son rumores e incertidumbres. Cuando alguien pregunta sobre el próximo movimiento, siempre la misma respuesta: Mañana. Y mañana, volverá a ser mañana. Y luego hay que aguantar el calor, el bochorno, la sed, los picores, el hedor, las liendres... Pasamos las horas muertas extrayendo los piojos de las costuras del uniforme. Parece que fue ayer cuando en las trincheras, el frío nos roía hasta el tuétano de los huesos.
Mientras intento no despistarme durante la guardia, los recuerdos invaden mi memoria. Hace apenas un par de años, empujado por el ardor revolucionario que se desató tras la rebelión militar, empuñé mi fusil. Era un fusil Máuser, de fabricación alemana, con el ánima algo desgastada y un cerrojo que se entrillaba en uno de cada cuatro o cinco disparos. Aún así, en comparación con el arma que le tocó a algunos de mis compañeros, tuve bastante suerte.
Pocos días después marchaba hacia el frente de Aragón a defender la República y aquellos ideales que aún hoy considero que son los más altos que un hombre puede llegar a alcanzar: la libertad, la emancipación de nuestra clase... Estaba impaciente por romper esas cadenas de las que tanto oía hablar, unas cadenas que burgueses y terratenientes apretaban cada vez más y más y que sentía que si no conseguíamos pronto la victoria, acabarían por asfixiarnos a todos, y a mí el primero. Era casi un niño, no sabía mucho más de la vida, pero para mí era suficiente. Ahora, después de tan poco tiempo, tengo la impresión de haber vivido no una vida, sino varias vidas enteras.
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